viernes, 12 de diciembre de 2025

REFLEXEÑA 2x1: Renaissance, la caída de los hombres, y Renaissance, la ira de los vencidos, de J.J. Lucas

Idioma original: español
Año de publicación: 2010 en Atlantis, 2014 en Dolmen
Valoración: por muchas circunstancias azarosas, pésimo pero enternecedor

Cuando los ínclitos miembros de ULAD me propusieron entrar a su secta comunidad para alivianarles el sufrimiento, seguramente pensaban: "bueno, ha comentado a un Nobel australiano que no lo conoce ni su mamá, ha comentado a Sabato, que es más o menos de culto y gusta mucho en el blog, ha comentado a Cercas y encima dándole con un palo, cosa que también nos es favorable, seguro que si lo invitamos no nos va a venir con algo random o merecedor de ser quemado..., ¿verdad?" Y acá los decepciono, porque efectivamente traigo un mejunje complicado de analizar, tanto en mi valoración (completamente subjetiva) como en el inexistente filtro de calidad y edición de este primer libro (¡porque son dos!).

La cosa es que este libro me llegó por mi compañero de la librería donde trabajo, por lo que ya juega un componente afectivo en contra. Su recomendación fue más o menos así: "yo sé que sos muy puritano con la prosa y todo lo demás, y te juro que este libro me costó leerlo, pero quedate con la idea". Como ya me había recomendado Hacedor de estrellas (reseña en breve) pensé que le debía una, y me dispuse a leer su ejemplar. Para qué...

En el año 2023 (no le erró por mucho), el virus Verónica, originado en Nueva York (por alguna razón siempre es ahí), infecta y convierte a casi todos sus habitantes en whiteyes (el autor pone mucho empeño en que no son zombis), unos seres con fuerza, velocidad y resistencia sobrehumana y una insaciable tenacidad para destruir a la humanidad (le podés disparar tres veces a la cabeza a uno que seguirá persiguiéndote). Ahora bien, una de las particularidades de este virus es que, al matar a uno, la bacteria persiste en el aire con más fuerza y contagia a todos alrededor en un área no tan chica, por lo que se añade el problema de eliminarlos sin expandir el virus. La única ventaja, más o menos, con el que cuenta el reducido grupo de supervivientes al que vamos siguiendo a lo largo de la novela, es que sus fotorreceptores son tan sensibles (de ahí el nombre whiteye) que no soportan la luz del sol y solo cazan a la noche. La gran desventaja es que estos bichos evolucionan, condensando milenios de aprendizaje de una especie en pocos días, aprendiendo a cazar en conjunto y tejiendo planes en común que no sean solo comer descerebradamente.

Como esta reseña se va a hacer larga, diré solamente que los bichos son una mezcla de todo, zombis, vampiros y algún otro adefesio que ronde por las páginas de la literatura y las imágenes por segundo del cine. Pero a favor de la novela, y una vez que se superan otras cuestiones que ya comentaré, señalo que generan una verdadera tensión en algunos puntos de la trama, que siempre está la duda de cuándo aparecerán, incluso a plena luz de sol, y reconozco que hubo momentos donde sentí disparada mi alarma ante la breve descripción de unos ojos blancos en la oscuridad. Bien por J.J. Lucas, ¿no?

Pero esto no sería un pésimo si no hubiera con qué justificarlo. Primero, el grupo de supervivientes. Es un grupo militar, como es evidente, sacado de los peores guiones del Call of Duty (y un poco de Gears of War con peor resultado). Es un tropel de clichés, literalmente: el líder del grupo, el coronel Lawrence Newseth, que todo lo puede y que a pesar de bordear los cincuenta años sobrevive a caídas mortales y otras menudencias; la doctora Phoebe Rubbyn, la esperanza de la humanidad, muy linda y con un acercamiento romántico (aunque se agradece que al autor le parezca una nimiedad en el contexto de la obra); un sobreviviente solitario que se las arregla por su cuenta gracias a su ingenio y suerte; el resto del grupo, cada uno más estereotipado que el otro: el colombiano explosivo, el afro-estadounidense bromista, la chica ruda, el ruso serio y musculoso, en fin, ninguno se salva de marcar casilla en la peor literatura. Si hasta sus nombres son calcados en lo genérico: Escobar, Sulassky, Ridewolf (!). Segundo, el otro personaje que aparece cerca del final de la novela. Tiene la llave para explicarlo todo y, por supuesto, es un científico genio y loco (no diré más porque forma parte de la trama, pero seguro se imaginan por dónde va la cosa).

Y tercero, pero no menos importante, la estructura de la novela. Se nota que el autor quiso poner todo lo que sabía de su universo en esta novela, y es evidente que se lanzó a escribirla sin ningún tipo de plan, porque la forma de seguir la historia es un desastre. Comienza con un prólogo donde nos sitúa en la confusión del virus, sigue con el grupo de supervivientes en el campo Renaissance, último reducto de la humanidad, salta al sobreviviente solitario, de repente arroja flashbacks mal insertados sobre el origen del virus, incluso dentro del mismo capítulo, luego una escena de más de cincuenta páginas que avanza repentinamente la trama, de nuevo otro flashback de varios personajes que no nos importan, y así todo el tiempo. Recién se estabiliza luego de habernos explicado mil veces lo que bastaba con unas páginas, esto es decir, después de la primera mitad (y son 500 páginas en una edición de hojas y tapa rígida, de párrafos como monolitos sin un punto aparte que ni el mismísimo Foster Wallace te hace, frases kilométricas donde, de cinco oraciones, cuatro son para re-explicar la primera, de descripciones imposibles de imaginarse y de sucesos impactantes junto a historias anodinas). Para mí fue un esfuerzo seguir la historia, no por ella misma, que es simple y canónica en su género, sino por los continuos saltos temporales sin ninguna razón. De hecho, llegué a abandonar la novela, pero por insistencia de mi compañero continué. Al final, con muchas ganas, uno se acostumbra a la forma de narrar (o el cerebro se hace auto-lobotomía) y la trama se acelera y deja momentazos a partir de la segunda mitad.

Ahora bien, debo reconocer que el esfuerzo invertido hizo que le agarrara cariño a la historia. Pienso en la frase de Borges, que hasta los más mediocres escriben páginas brillantes; mucho es aseverarlo en este caso, pero con empeño y cierta desconexión cerebral uno disfruta mucho más esta obra que otras más serías (releería esta antes que Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río). La discusión de siempre. Pero eso me lleva a la siguiente obra y a los efectos que causa en la mente el continuar una historia luego de cierto tiempo invertido.


Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: mejor y peor que el otro

Nuestro amigo J.J. Lucas aprendió que para contar una historia necesitaba ordenarla y fue a un taller de escritura. ¡Festejemos! O no. Porque lo que tiene un taller es que te brinda recursos para mejorar y ordenar tu narrativa y te limita al mismo tiempo por el miedo a no ser correcto según los patrones de quién dé el taller. Todas suposiciones mías.

Como al final las últimas doscientas páginas del anterior las devoré y las comenté con mi compañero con alegría, como hacía rato no me pasaba (y alguna vez se debería hablar de cómo los libros mejoran casi siempre por el hecho de analizarlos con otra persona), le prometí leer la secuela. Y henos aquí, después de mil páginas de clichés, batallas épicas y resistencias desesperadas.

Luego del final apoteósico aunque algo bizarro (sobre todo para un argentino), el grupo cada vez más mermado del coronel se ve en la disyuntiva de los pasos a seguir: si esconderse como lo venían haciendo y perder cada vez más gente o luchar con todos sus recursos y decidir el destino de la humanidad. Como buenos personajes de este género, eligen lo último. Debo aclarar que, para estas alturas, los whiteyes tienen su propio líder y un objetivo que se aclara a medida que avanza el libro (aunque se huele venir a lo lejos por la característica manía del autor de explicarte todo), por lo que la amenaza es aún más tensa y los momentos en que aparecen son más seguidos. Como no puedo contar mucho, diré que se incide en la clasificación de ellos en distintos roles, como un enjambre, liderados por su propio líder (y aunque los roles se parecen a un videojuego, rescato la ambigüedad con la que identifica al mismo).

La estructura es muchísimo más limpia en esta novela. Si antes pasábamos de A a Z, de H a B, ahora es lineal y no hay forma de perderse. Ya no hay párrafos kilométricos ni escenas inútiles. Hay tres líneas argumentales que J.J. Lucas va manejando (con sorprendente soltura para sus antecedentes); la del coronel, la del sobreviviente solitario 2.0 y la del origen del virus, esta vez mucho mejor desarrollado y con escenas que hacen sentido. A la novela le cuesta bastante arrancar, y por momentos asistimos con más interés a los flashbacks que a las escenas del coronel (ni hablar del superviviente; al ser una copia del esquema del anterior, pierde verosimilitud), lo que, en mi caso, me representó una señal de que había logrado involucrarme en la historia. Incluso hay nociones interesantes, como la de que los whiteyes son más beneficiosos para la naturaleza que los humanos (al pararse todo, el mundo es un lugar más limpio), que recubren de una pátina inesperada de crítica social a la novela.

Luego de superar el inicio, la trama carbura y nunca se estanca, a diferencia del anterior, pero, a pesar de que la escritura es más limpia y fácil de leer, de que los momentos de acción son grandiosos, se pierde la tensión de los whiteyes. Como es una guerra permanente, el peligro se centra en la carencia de recursos y en la lotería de quién será el siguiente del grupo en morir, un recurso más bien pobre. Las cartas están sobre la mesa, por lo que el elemento sorpresa ha desaparecido. Lo que se rescata, esta vez, es la aparición de humanos peores que los whiteyes, como variación de la amenaza; si bien no es original, al menos da frescura, aunque resulta irritante que, con años de experiencia, el grupo del coronel se comporte tan ingenuamente como lo hace en algunos casos. Ni siquiera se justifica con la desesperación, porque en otros momentos aún más críticos permanecieron con una lucidez inverosímil.

No la haré más larga. A partir de cierto punto, la trama del pasado se desvanece y las dos del presente convergen, y todo desemboca en varios enfrentamientos finales (sí, varios). Pero como ya explico en mi valoración, si lo mejor venía por el lado de la limpieza narrativa, lo peor viene por el lado de que J.J. Lucas encasilla la novela en marcos muchísimos más genéricos que la anterior, y resulta demasiado previsible cuándo morirá alguien, cuándo tocará la siguiente revelación. Hay genialidades, por supuesto, pero incluso la aparición de ideas cada vez más fantásticas (una suerte de Red Skull con la escopeta del Doom Eternal, un Godzilla whiteye, etc) fuerza el tono de la novela y le resta la fuerza emocional del anterior. 

Mi crítica es esta, entonces: es evidente que, o bien a J.J. Lucas le entró vergüenza por la forma de narrar en la primera novela, o bien un editor le dijo que rebajara sus fantasías en algo más accesible, o bien un taller le hizo aprender y se entusiasmó de más en escribir correcto. Pero solo correcto. La escena final, por ejemplo, quiere ser una cosa monstruosa de epicidad, pero se queda en nada por lo rápido que transcurre, la aparición de conceptos a cuarenta páginas finales y la necesidad de cerrar de forma satisfactoria una situación que, a las claras, era desfavorable para los protagonistas. No es que utilice un deus ex machina, pero se aprovecha de un recurso argumental para estirar la trama por lo menos tres capítulos solo para tenernos en suspenso. No funciona porque: 1) los monólogos épicos de rigor y la batalla final ya se dieron; 2) la trama del líder de los whiteyes se venía resolviendo a los tumbos; 3) los huecos argumentales empezaron a aparecer por todos lados, dejando pistas, por ejemplo, que nunca terminan de resolverse (¿el coronel es inmune o no? Con la cantidad de sangre que traga hace novela y media que debería haberse infectado). Por eso, paradójicamente, le guardo más cariño al primero que al segundo; este, si bien objetivamente no es un suplicio leerlo, en términos de riesgo no aporta nada.

Ahora bien, se preguntarán ustedes: y después de tanto merequetengue con dos libros pésimos, ¿qué onda con la REFLEXEÑA? Me doy cuenta que el tiempo invertido para la reseña supera a la paciencia que debí tenerle a los dos libros, sobre todo al primero, y puedo establecer una vaga relación masoquista entre sufrir y que me termine gustando lo que leo. Y seguramente mi valoración esté empañada por el afecto. Sobre todo reconozco que, en circunstancias normales (es decir, sin alguien que me recomiende cosas y con menos tiempo libre), lo hubiera dejado a las pocas páginas. Mi compañero mismo dijo: "con un GRAN editor podría haber sido un bestseller". No soy tan considerado, pero pienso que a J.J. Lucas, que parece un buen tipo a juzgar por las entrevistas y crítico con las armas y el daño al medio ambiente, le hubiera ayudado alguien que lo aconsejara (un taller, sí, pero también que se preocupara por él) y diera orden a sus ideas, que le dijera que los errores de estructura y narrativa podían convertirse en seña propia y no transfigurarlos en algo genérico. Da la impresión de que en el segundo libro pensó en echar manos de los recursos más fáciles para ir completando la historia. Porque la inventiva la tiene y las ganas de escribir y entretener también. Y eso lo consigue. Haciendo memoria de lo leído de este año, no lo podría incluir en mi top3 de peores libros. Por supuesto que no digo que es el Nobel perdido ni que sea una buena obra, pero la diversión en la literatura es una cosa buena, necesaria, y, dejando de lado las editoriales "serias" (que publican cada bodrio también...), hay otras que editan basura escrita por gente que no le interesa lo que cuenta. Al menos, leyendo estos libros, la sensación es que el autor le tenía un profundo cariño a su historia y que, fuera de una forma u otra, trataría de hacérnoslo llegar.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Malcolm Lowry: Ultramarina

Idioma original: inglés

Título original: Ultramarine

Traducción: Jaime Zulaika

Año de publicación: 1933

Valoración: Se deja leer

 

Es admirable hasta qué punto nos fascinan las aventuras marítimas, no digamos en medios audiovisuales, pero también en el mundo de los libros la literatura oceánica ocupa seguramente miles de volúmenes de todas las épocas y bajo todos los enfoques. Debe ser la vulnerabilidad del navío, un puntito minúsculo perdido en la inmensidad del mar, azotado a veces por tempestades monstruosas, el aislamiento de los viajeros, las distancias que en otras épocas solo podían medirse en meses, la aventura de descubrimientos insólitos.

Pues he aquí que Malcolm Lowry, autor británico más famoso por su novela Bajo el volcán, con notables problemas con el alcohol y tendencias autodestructivas, escribe su primera obra con solo veinticuatro años, justamente sobre su experiencia en un viaje de diez meses en un carguero. El joven burgués Lowry, que ya apuntaba hacia la insatisfacción permanente y las tormentas interiores, se embarca sin más motivo que vivir algo intenso, la intención de  descubrir quizá más cosas de sí mismo que de latitudes exóticas, y probarse en un medio duro, rodeado por gentes curtidas que de inmediato le desprecian porque ha hecho perder su trabajo a otro aprendiz, y su padre le ha llevado a los muelles en un lujoso automóvil.

La principal peculiaridad del libro es que realmente se parece poco a todo lo demás que conocemos de esa literatura marinera: no sabemos cuál es la trayectoria del viaje (apenas que recala en un par de puertos asiáticos), ni tenemos noticia de acontecimientos relevantes (la tormenta, situaciones de peligro o incertidumbre, movidas entre la tripulación), ni parecen interesar demasiado reflexiones en torno a  los paisajes, la soledad, el aburrimiento, el miedo o la excitación derivados de la distancia, la perspectiva del regreso, cuestiones que parecerían oportunas en estas circunstancias.

Lo único que ocupa la mente de Dana Hilliot (protagonista y trasunto del autor) son tres cosas:

  • Su novia Janet, relación de toda la vida, en la que piensa a todas horas. La añora, recuerda su perfume, su voz, escenas vividas, paisajes compartidos. Amor romántico, total, incondicional.
  • Las escalas en los puertos ofrecen sexo a mansalva, el tópico de los sórdidos burdeles para marineros. Hilliot se resiste porque piensa siempre en Janet, aunque la tentación es muy fuerte. La otra opción de desparrame es el alcohol en cantidades sobrehumanas, un problema que el propio Lowry llevaba encima como queda dicho.
  • Ganarse el respeto de la tripulación era la obsesión permanente del joven. A veces se acobarda, y otras se decide a mostrarse temerario o brutal para impresionar a sus compañeros

Del resto del viaje, como decía antes, no nos llegan apenas noticias, porque a Lowry tampoco parece interesarle demasiado. De manera que el relato se resuelve entre largas reflexiones (recuerdos, deseos) en torno a la amada, y un interminable registro de charlas entre marineros, conversaciones medio interrumpidas mientras se juega una partida de algo, maldiciones y proyectos de juergas en el próximo puerto, batallitas de otras épocas y otras naves, todo entremezclado hasta parecer una sola voz, un sonido de fondo emitido por individuos que forman un colectivo indistinguible.

La verdad es que este esquema de monólogos y voz coral con muy poca acción real transmite cierta sensación de sinceridad, Lowry está grabando lo que realmente le importa y uno se siente un poco en su propia piel, entiende la intensidad de sus sentimientos y su zozobra, nunca mejor dicho, al reunir lo que parecen certezas indiscutibles con una especie de ansia abstracta por algo todavía no identificado. Otra cosa es que estas sensaciones sean suficientes para sostener un relato, que es a fin de cuentas de lo que se trata. Aunque la novela no es larga, no dejan de ser demasiadas páginas de obsesiones e introspección algo monótonas que hacen que no sea fácil mantener el interés.


También de Malcolm Lowry reseñado en ULADBajo el volcán

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Theodore Sturgeon: Cuerpodivino

Idioma original: Inglés
Título original: Godbody
Año de publicación: 1986
Traducción (al catalán): Josep Sampere Martí
Valoración: No sé

Cuerpodivino es una novela corta de Theodore Sturgeon en la que el autor, vinculado por lo general a la ciencia ficción, acude al género fantástico para entregar una historia en la que el misticismo religioso va de la mano del sexo.

El argumento de Cuerpodivino es el siguiente: una figura mesiánica que tiene varios paralelismos con Jesucristo llega a una pequeña ciudad de moral conservadora de Nueva Inglaterra. El forastero, un hombre alto, corpulento y pelirojo, va totalmente desnudo, y como varios de los lugareños con los que se tope irán descubriendo, es capaz de obrar milagros, como por ejemplo sanar a las personas. Este ser sobrenatural es sabio, afable, bondadoso y abnegado. Se preocupa por los demás y tanto su presencia como sus enseñanzas ayudan a un cura, su esposa, una artista, una secretaria, un acosador sexual, un banquero y un policía a entender lo divino, el amor y la sexualidad con más naturalidad.

Como podéis apreciar, la premisa de Cuerpodivino resulta bastante curiosa. Asimismo, reconozco que su estructura coral, su prosa y sus personajes, aunque lejos de sobresalir, cumplen holgadamente. Sin embargo, el conjunto no acaba de cuajar, al menos a mi juicio. En primer lugar, porque la novela profundiza poco en el enfoque sexual, si bien admito que éste debió ser rompedor para la época en que fue escrita. También porque su desenlace, pese a intercalar satisfactoriamente a todos los personajes y sus subtramas, se antoja algo apresurado.

Poco más puedo añadir sobre Cuerpodivino. De esta lectura me quedo con su relativa rareza y la belleza puntual de ciertas escenas de sexo, descritas de forma explícita y estética sin caer en lo vulgar o afectado. A continuación un ejemplo de esto último, hallado en la página 63 de la edición de Les Males Herbes de la novela:

 Aleshores món exterior

martes, 9 de diciembre de 2025

Luis Mario: Calabobos

Idioma original
: Español (o cántabro,quizás) 
Año de publicación: 2025 
Valoración: Muy recomendable 

Una advertencia previa si se animan a leer este libro: resulta aconsejable que lo hagan provistos de chubasquero, porque la lluvia inunda las páginas de esta novela. Como dice uno de sus protagonistas: “Llueve de lao, llueve parriba. Llueve y te cala, te deja empapao. Llueve y no t´enteras de ca llovido hasta que yaa parao”. 
 
Estamos en un pueblo costero de Cantabria y, como nos indica uno de los protagonistas, salvo siete u ocho días al año llueve continuamente. Esa lluvia fina, pero persistente, de ahí lo de calabobos, condiciona las vidas de los aldeanos,  que se toman la lluvia como una especie de maldición bíblica. La otra presencia ineludible es la del mar. Los protagonistas mantienen una intensa relación de amor-odio con el mar. Dependen de él, en algunos casos para subsistir, pero son conscientes de que en cualquier momento les puede arrebatar la vida. 
 
Uno de esos días de lluvia inmisericorde desaparece una adolescente, Mariuca. Rápidamente se moviliza la familia para buscarla, especialmente su hermano, protagonista de la novela, que nos va trasladando en esa búsqueda frenética de una punta a otra del pueblo. En ese itinerario se va cruzando con otros aldeanos y salen a relucir todos los trapos sucios de una convivencia que dista mucho de ser idílica. Hay mucha violencia soterrada, odios no resueltos y envidias ancestrales que condicionan las vidas de unos y otros.
 
Para contar la historia, Luis Mario deja a un lado el lenguaje convencional, y utiliza un lenguaje en que la oralidad pasa a ser protagonista. Efectivamente, el autor trata de trasladarnos la forma de hablar habitual de los aldeanos, y en esa forma de hablar se prescinde de terminaciones, se utilizan apóstrofes, se recortan palabras, se conjugan mal los verbos, etc. Precisamente ese uso del lenguaje es una de las mayores bazas de este libro, pero hay mucho más. Luis Mario introduce muchos elementos de la mitología cántabra y tiene una forma muy poética de retratar el paisaje: el mar, las montañas, los cielos cubiertos son tan protagonistas como los habitantes del pueblo. Impagables son los cuchicheos de los mejillones con los que comienzan algunos capítulos. 
 
Sin contarles el final, sí les diré que está a la altura del resto del libro y, afortunadamente, concluye de una manera tierna y delicada una historia que, previamente, tiene muchos momentos de dolor y crueldad.

Sin duda, una de las mejores novelas de autores españoles de este año.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Coda a la Semana de la poesía: El ritmo de las agujas del reloj de Grand Corps Malade

Idioma original: francés

Título original: Patients

Año de publicación: 2012

Traducción: Joan Riambau

Valoración: está bien (sobre todo, para fans)

No os voy a engañar, porque lo de "Coda a la semana de la Poesía", con un título tan cuqui además como El ritmo de las agujas del reloj puede dar lugar a equívocos, así que os lo diré cuanto antes: éste no es libro de poemas -pese a que sí encontramos alguno que otro-, pero está escrito por un señor que podemos considerar como un poeta (más o menos y entre otras cosas) y que nos cuenta aquí el episodio, no sé si más transcendente, aunque con bastante probabilidad el más decisivo de su vida... El título original, en francés tal vez os dé una pista: Patients, es decir, pacientes... porque sí,  queridos y queridas lectoras del blog, nos encontramos ante un libro de (HORREUR) autosuperación  y, además de la peor clases, de esos que cuentan alguna vivencia traumática para hacerle chantaje emocional al lector y éste no se sienta capaz de reconocer que el libro es una mierda decepción, aunque hasta la última célula de su ser le indique que sí... Quizá yo sea demasiado duro de corazón, pero, así por de pronto, es el tipo de libro que no tocaría ni con un palo con pincho, a no ser... a no ser por quién es su autor, claro.

Porque esto no lo ha escrito cualquier Albert Espinosa que ande por ahí, amigues, sino nada menos que Grand Corps Malade, nom de plume y de lo que no es plume de Fabien Marsaud, muchachote de la banlieue parisina -jugador de basket merced a sus casi dos metros de altura- al que, a los veinte años, una mala caída en la piscina de la colonia de vacaciones donde trabajaba le dejó tetrapléjico -incompleto, por lo que tenía la posibilidad de conseguir cierta recuperación-, de manera que se pasó muchos meses posteriores a su accidente en un centro de rehabilitación, tratando de volver a dominar su cuerpo, empezando por el dedo gordo del pie (sí, yo también me he acordado de Kill Bill al leerlo). Visto lo cual, Fabien, imposible su sueño de ser deportista de élite (o incluso deportista del montón) se volcó en su otra pasión: el rap y la poesía. Más concretamente, en el slam, variedad de competencia poética en la que los participantes tiene tres minutos para interpretar sus poemas  sobre un escenario (a nuestros lectores euskaldunes les sonará esto, sin duda,  pero la diferencia con el bertsolarismo es que aquí los poemas no siempre son improvisados y además, no es obligatorio tener las manos en los bolsillos ni detrás de la espalda). A partir de ahí y convertido en Grand Corps Malade -Corpachón Enfermo, por razones obvias-, nuestro autor de hoy se dedicó a la música (mejor dicho, al recitado con acompañamiento musical, solo o en compañía de cantantes), a doblar personajes en películas de animación, merced a su voz profunda y varonil, a escribir libros y guiones cinematográficos, y, más recientemente, a dirigir películas junto a su amigo Mehdi Idir (la última, un biopic de Charles Aznavour bastante resultón). Como se ve, GCM es un poeta, pero no sólo un poeta o uno bastante peculiar...

Por lo que respecta a este libro, el primero que escribió (y del que después se encargó del guión para adaptarlo al cine), lo que nos cuenta en él son esos meses que pasó en el primer centro de rehabilitación. Como es de suponer, buena parte del libro se centra en la aceptación de su nueva discapacidad y en el proceso de recuperación siquiera parcial de la movilidad. Es decir, autosuperación, etc. Pero eso no es el elemento central del libro y casi se diría que el autor lo trata más que nada porque, dadas las circunstancias, es imposible obviarlo. O mejor dicho: se diría que a GCM le gustaría obviar sus propias circunstancias, -algo a todas luces imposible- y centrar la narración en los demás, en aquellas personas que encontró en aquel centro y a quienes el otorga, en buena medida, el protagonismo de la historia: sus colegas Farid y Toussaint, otros pacientes como Samia, Steeve, Eddie, Fred... al igual que el personal sanitario o auxiliares de enfermería con quienes tenía trato diario y que le ayudaron a superar su situación. Esto no quiere decir que nos encontremos ante una narración edulcorada, todo buenos sentimientos y feel good; cuando alguien no le caía bien o, simplemente no estaban en sintonía, el autor no se corta en decirlo tal y como lo sentía. Por otro lado, el libro está escrito en un tono más bien funcional, casi seco, sin florituras -algo sorprendente para un poeta, quizás, si bien es cierto que la lírica de GCM lo mismo echa mano de las posibilidades más refinadas de la lengua francesa que del argot más descarnado-, lo que impide todo asomo de cursilería o sensiblería al tratar un tema que, por lo demás, puede ser proclive a esto último. El libro, sin recrearse en ello, no obstante, no nos ahorra imágenes de personas que no tiene ya posibilidad de recuperar ni el más mínimo dominio sobre su cuerpo, imágenes de grandes quemados, pacientes que se han intentado suicidar o que caen en la depresión más profunda... No es este un libro complaciente, aunque tampoco deja fuera la esperanza; simplemente, retrata la realidad -esta realidad tan cruda- tal y como es.

Para acabar, y para que vayáis conociendo otras facetas de este poeta, etc. os dejo el videoclip de un tema cantado a dueto con Camille Lellouche (bueno, en verdad la que canta es ella, porque lo de cantar tampoco es lo del amigo Fabien, il faut le dire):








domingo, 7 de diciembre de 2025

Semana de la poesía: Mientras tanto cógeme la mano de Kirmen Uribe

Idioma original: Euskera 
Título original: Selección de poemas de Bitartean heldu eskutik y del libro-disco Zaharregia. txikiegia agian
Año de publicación: 2001
Traducción: Kirmen Uribe, Gerardo Markuleta y Ana Arregi
Valoración: Bastante recomendable

Tengo los dos libros en casa: la edición en euskera de Bitartean heldu eskutik (Susa, 2001) y Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2004), versión bilingüe y parcial, eso sí, ya que no todos los poemas de aquel se trasladan al idioma de Cervantes, y con el añadido de algunos poemas del libro-disco Zaharregia. txikiegia agian. Hay que decidir, por tanto, qué leer y qué reseñar.

Bien, opto por la versión bilingüe, por ser la versión a la que la mayoría de nuestros lectores pueden acceder, pero leyendo los poemas en euskera, por aquello de que tengo la impresión de que buena parte del poema se queda por el camino en la traducción. No me refiero a este poemario en particular, sino a la todo la poesía traducida. Equivocada o no, es mi opinión. Dicho esto, ¡al lío!

Los poemas de Kirmen Uribe son, por lo general, sencillos (que no simples) y accesibles al público en general. El autor huye de lo barroco y de lo críptico y ofrece textos que se mueven a veces en la frontera entre el microrrelato y el poema, que están cerca de la oralidad o de lo popular y en los que se observa una fuerte influencia del entorno físico y emocional. Así, pone el foco en las pequeñas cosas de la vida (un secreto, un error, un gesto), que son trasladadas al poema y puestas en relación con el pasado y con el presente. 

Dice el autor en "Un secreto", texto que sirve de prólogo a la compilación, que Un poema es ritmo, es estructura, pero sobre todo, es sentido. En general, estoy de acuerdo con esta afirmación y, además, creo que los textos aquí agrupados tienen esos tres ingredientes.

El ritmo lo consigue gracias a la repetición de fonemas, series de palabras o estructuras gramaticales, a las rimas, a las enumeraciones y a la propia estructura de los textos. 

Ez dut gauez lorik egiten, esaten zigun arrebak,
beldur diot loak hartzeari, beldur amesgaiztoei.
Orratzek min egiten didate, eta hotz naiz,
hotza zabaltzen dit sueroak zainetan zehar.

En cuanto a la estructura, predominan la forma de "canción" y el poema narrativo. Pero llama la atención que muchos de los poemas comparten, además de esas repeticiones y reiteraciones de las que hablaba, versos (o estrofas) que vendrían a funcionar como estribillo (Zuhaitzen denbora, por ejemplo). 

La conjugación de estos dos elementos dota a los poemas de Kirmen Uribe de una musicalidad especial que no resulta fácil de trasladar a otro idioma.

Respecto al sentido, hemos de buscarlo en la realidad. Se trata de texto anclados en fragmentos de realidad en la que se entrelazan experiencias personales o familiares y un paisaje real o sentimental en el que el/la mar o la naturaleza son motivos recurrentes. Así, los temas podemos agruparlos en cuerpo, aprendizaje / iniciación, amor, identidad, palabra, tiempo y memoria, pero siempre tratados desde lo pequeño, escapando de lo grandilocuente.

En resumen, poesía apta para todos los públicos, poesía de lo pequeño e importante (unas sabanas tendidas, una caricia, una carta, un anillo perdido y encontrado), poesía de los gestos, poesía, como dice en Maiatza, poema que condensa a la perfección el universo de Uribe, para hablar de las cosas de siempre, del valor que tiene ser amable, de la necesidad de arreglárselas con las dudas, de cómo llenar los huecos que tenemos dentro.

También de Kirmen Uribe en ULAD: Lo que mueve el mundoLa hora de despertarnos juntos y Bilbao - New York - Bilbao

sábado, 6 de diciembre de 2025

Semana de la Poesía: Fuego la sed de María Sánchez

Idioma original: 
español
Año de publicación: 2024
Valoración: Muy recomendable
 
El nombre de María Sánchez ya debe ser familiar para cualquier persona que esté atenta a lo que pasa en las letras españolas, y eso pese a tener una producción (al menos en lo que se refiere a libros publicados) relativamente breve: un primer poemario que llamó la atención de la crítica, Cuaderno de campo; un ensayo igualmente bien recibido y comentado, Tierra de mujeres, en que recuperaba la voz y la historia de su familia con perspctiva de género; Almáciga, que como su nombre indica es Un vivero de palabras de nuestro medio rural, y más recientemente, su segundo poemario, Fuego la sed, que comento aquí; además de eso, naturalmente, ha aparecido en antologías, colabora en diferentes medios escritos y radiofónicos... y además de ello, es veterinaria de campo, su ocupación principal. 
 
De hecho, esta ocupación profesional es inseparable de su producción literaria, atravesada por la proximidad de la vida en el campo, del contacto con la naturaleza, con sus ciclos, sus riquezas y sus dificultades, y también con las desigualdades, invisibilizaciones y abandonos que se manifiestan en y hacia el mundo rural, en España como en otros lugares. 
 
En este sentido, Fuego la sed es una continuidad de una línea coherente de reflexión y creación, aunque atravesada, en este caso, por un contexto y un problema muy específico: las alteraciones climáticas, que se manifiestan, en nuestro entorno, a través de fenómenos meteorológicos extremos, y también a través de una progresiva desertificación de la Península. Estos son (entre otros significados posibles, naturalmente), el fuego y la sed nombrados en el título del libro.
 
Fuego la sed está escrito con una voz poética que huye rigurosamente del yo autobiográfico (o autopoético, si se quiere), algo que lo aleja, en cierto modo, de las obras anteriores de su autora, mucho más encarnadas en su historia personal y familiar. Tenemos así una voz colectiva y profética, que como Casandra anuncia el desastre que vendrá (y que ya nos rodea), pero que como Casandra teme que los augurios no sean escuchados y atendidos: 
a cada instante
alguien toca 
suavemente a la puerta
del universo
 
¿prestaréis ahora
atención? 
Ahora que tan de moda está la ficción postapocalíptica, casi podríamos denominar esta obra como poesía preapocalóptica: volviendo la vista (y el oído y el tacto), la voz poética observa los ríos secos, los árboles antiguos, los pájaros sedientos, y se pregunta: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y también: ¿qué vamos a hacer ahora? Puede decirse, así, que es un libro que dispara en dos direcciones: primero, hacia el futuro, un futuro de huesos y fantasmas, de fuego y sed, pero también de una tímida esperanza ("Esta historia también es futuro / en el lecho de los ríos / hallaréis el sortilegio"). Y al mismo tiempo, hacia el pasado, un tiempo antiguo, no necesariamente un momento histórico, sino más bien un modo diferente de vivir la relación entre el ser humano y el planeta:
aquel al que llamabais salvaje
ofrecía disculpas a los seres
que tomaba prestados 
Frente a este "buen salvaje", se presenta el hambre insaciable y poderoso, "aquel que nombra", indiaando un deseo de posesión y subyugación a través del lenguaje, de la dominación, de la explotación del mundo.
QUISISTEIS CAMBIAR EL ROSTRO DE UN PAISAJE
a la fuerza
 
fiebre nueva el deseo
 
el deseo de nombrarlo
absolutamente todo 
Entre ambos extremos (el pasado antiguo, el presente/futuro de desesperanza), la naturaleza -los árboles, los ríos, las piedras- que aunque sufre sigue comunicando y comunicándose, ligando generaciones y culturas, frágil pero poderosa, capaz, a pesar de todo, de existirse y sobrevivir, sobrevivirnos. 
las aves más pequeñas 
se transforman 
cada vez
más deprisa más deprisa
en un mundo 
que se calienta   
Al comienzo de esta semana de la poesía comentaba un libro con un lenguaje muy diferente: transparente, luminoso, tierno. Es evidente que la poética de Fuego la sed es otra, mucho más seca y árida, como impone su tema, comenzando por esa disolución del yo en un "nosotros" (y ocasionalmente, de forma explícita, "nosotras"). Pero es también innegable el mérito de un poemario que consigue encarnar en palabras e imágenes poderosas, recurrentes y reconocibles una tragedia que, para la mayoría de nosotros, constituye una realidad abstracta difícilmente asumible en un plano más concreto: la terrible tragedia de la destrucción de la naturaleza y del planeta a manos de la ambición humana.